Puertos pesqueros, bazares y tazas de té.

Agadir es una ciudad nueva, y cuando digo nueva es que se ha construido hace relativamente poco. Tras un enorme terremoto en 1960, todo quedó en ruinas y los gobernantes de la época decidieron reconstruir la ciudad orientándola al turismo de playa y es que no os imagináis las playas que allí encontraréis, kilómetros y kilómetros de arena…y tantos o más complejos hoteleros.

Pero no es lo único que tiene esta ciudad de algo menos de 1 millón de habitantes, y es que la industria agrícola y sobre todo el puerto pesquero (especializado en el pulpo), uno de los más grandes de África, completan su incesante actividad económica.

De nuevo encontramos una hospitalidad remarcable, allí eres su cliente, proveedor, o un simple contacto, pero ante todo eres un invitado en su casa y como tal te tratan. Da gusto. Me llamó la atención ver la reunión interrumpida por la llamada a la oración, pero en la comida recuperamos el tiempo.

De la comida, sólo decir que ya sea pescado, carne, verduras o frutas, todo me ha gustado en Marruecos. Completamente recomendable.

El trayecto a Marrakech lo hicimos en coche y al llegar de noche, poco pudimos ver, de nuevo las reuniones comienzan con el té y siguen en la comida o cena, aunque sea sábado :-/

Afortunadamente pudimos terminar a buena hora como para irnos tranquilamente a cenar al centro de la ciudad. La plaza de Jamaa El Fna.

¡Por fin pude ver algo! el bullicio de la gente en la plaza y sus aledaños, a pesar de anochecer (o tal vez por eso), las calles se llenaban vendedores, encantadores de serpientes, trovadores y todo tipo de peatones y todos tenían algo que hacer. 
Colores, aromas y griterío, los sentidos se despertaban al avanzar por la plaza en dirección al zoco.
 Sin duda, el perfecto colofón para este interesante viaje de prospección. Tradición y modernidad, trabajo y placer, Europa y África...seguro que volveré ;-) ¡hasta pronto!